martes, 11 de julio de 2017

EL TEMPLO
Sheof estaba cada vez más a merced del sueño, había dormido fatal esa noche. “Los No-muertos son relativamente sencillos de conjurar, el cadáver en cuestión puede haber recibido daño…” decía a lo lejos su profesora, ella apoyaba su cara en su mano, intentando no caer por completo en el sopor. “Los esqueletos, sin embargo, requieren más habilidad por parte del mago que necesite de sus servicios, y suelen salirse de control muy…” finalmente, la batalla la ganó el sueño y Sheof cayó al pupitre, profundamente dormida.
Sheof siempre había sido de soñar mucho, y además, muchas veces recordaba con increíble exactitud lo soñado. Incluso, en puntuales ocasiones, tenía sueños premonitorios, aunque nunca eran demasiado precisos, y solían ser relativos a cosas mundanas. Ésta vez, soñó con esqueletos, jamás le había parecido que fueran tan poco intimidantes, su leve magia de aprendiz bastaba para matar algunos desde la distancia…
Como era de esperar, la profesora la despertó. Y, tras una bronca que escuchó como si no estuviera dirigida a ella, la dejó en paz. Continuó la clase. A partir de aquí, Sheof se mantuvo despierta, pero haciendo caso omiso a lo que la profesora decía. Mientras reafirmaba su desinterés por la rama de la magia que era constituida por la invocación, se dedicó a pensar en lo que cenaría esta noche.
Esa noche tampoco pudo dormir correctamente, se dedicó a tumbarse en la cama y pensar sobre la vida, algo que hacía a menudo, dado que su juventud la empujaba a ello. Hasta donde sabía, había nacido aquí, en el templo-escuela donde había permanecido toda su vida. Se manoseaba su largo cabello color arena mientras se preguntaba si alguna vez había intentado salir con determinación, enseguida llegó a la conclusión de que no, alguna vez había tenido curiosidad por lo que había fuera, pero cuando preguntó, recibió un no tajante, y no quiso insistir más, no por falta de interés o por deber, sino por pereza, el pecado que condenaba su profesora como el peor de todos.
De todas formas, tenía libros, y éstos contaban con ilustraciones espléndidas, que no dejaban demasiado a la imaginación. Tenía amigos, pero alumnos de magia como ella, y no consideraba a nadie cercano más que a ella misma, asimismo, tampoco había sentido ni un atisbo de lo que llamaban “amor”.
Sheof vivía los días como hojas de calendario, sin motivación y sin ímpetu para buscarla.  
Los años pasaron y, a pesar de que la profesora le insistía en que tenía talento, siempre había estado en la media y tampoco se sentía mal allí, para los exámenes estudiaba lo justo para no quedarse atrás ni repetir curso. Sin embargo, conforme los años pasaban y Sheof aprendía más sobre el arte de la magia, comenzaba a notar algo raro en la gente que le rodeaba, cada vez parecían menos… reales, al principio, no le prestó atención, pero conforme crecía, ya como una adolescente conocedora de las bases para ser una buena maga un día, pasó a tener que ignorar activamente esta preocupación, pero a medida que la luna y el sol intercambiaban lugares en el cielo, los pensamientos escalaban por su espalda, golpeando su nuca insistentemente, por mucho que se propusiera eliminarlos, hasta que un día cedió.
Al tiempo que sus compañeros salían de la clase, Sheof pidió a su profesora si podía quedarse a hablar con ella un momento. Cuando todos se hubieron ido,  se acercó a su profesora. Había estado con ella toda su vida, y sus charlas habían sido frecuentes, pero en ese momento las palabras no salieron de su boca, a pesar de llevar semi-preparado lo que quería decirle. Finalmente, logró preguntar si algunos de sus compañeros eran ilusiones fabricadas por un mago de alto nivel. La profesora se limitó a apuntar algo en su libreta mientras asentía. Justo después añadió que era más que eso, todos eran ilusiones, Sheof era el único ser viviente en el templo.
Aquella noche, Sheof soñó con fuego, no pudo recordar nada más.
Sus botas crujieron con la nieve, había una leve ventisca, pero hacía ya mucho tiempo que ya no sentía el frío. Extrajo un mapa de su pequeña mochila y lo abrió una vez estuvo al refugio de una pequeña cueva. Efectivamente, estaba siguiendo el camino correcto, por fin conseguiría su objetivo, sin duda habían merecido la pena los años empleados. Oyó un ruido a su espalda y se giró,  un imponente orco de las nieves se alzaba frente a él, con cerca de dos metros y medio de estatura, brazos anchos y pelaje grueso y blanco, mostraba su fuerza como macho dominante. Él rápidamente evaluó a su enemigo, al tiempo que se movía a la derecha para esquivar un torpe golpe del orco fruto del ansia de proteger su territorio. Una vez fue testigo de la torpeza de su rival, inmediatamente lo vio como una presa, y dejó que la sed de sangre le invadiera. Hacía ya mucho tiempo que no podía hablar, así que elevó su espada amenazando a la criatura, y comenzó la masacre.
Sheof estaba leyendo  un libro, aunque, en su estado, decir leer era ser demasiado benevolente. Las letras se le juntaban y daba la sensación de que nadaban en las páginas. Definitivamente, estar sola había hecho mella en su cordura. Se rió tan fuerte que se cayó de su asiento y, una vez en el suelo, rompió a llorar. Desde su breve charla con la profesora, ésta había estimado que las demás ilusiones que estaban para crear ambiente y realismo eran innecesarias, así que había suspendido su funcionamiento mientras añadía que sería mejor para “el gasto de energía general”, Sheof no sabía qué era eso, pero le daba pavor preguntar.
Toda la comida que tenía, ¿de dónde salía? Siempre la tenía donde correspondía a la hora indicada pero nunca supo de donde o por qué estaba allí, tampoco es que hubiera hecho mucho para encontrar la razón. Sheof siempre había sabido que vivía en su propio pequeño mundo, siempre había sido la viva imagen de la apatía, sin embargo, nunca hubiera pensado que fuera tan literal. Había vivido toda su vida sola, rodeada de ilusiones creadas por un mago de altísimo nivel, pero ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué aquí? Preguntas que, cuanto más se las hacía, más se daba cuenta de que no tenía la respuesta.
Un día como cualquier otro, Sheof fue a dormir normalmente, murmurando una canción de su autoría. Despertó en una sala mayúscula, provista de muchos asientos y, escapando de la austeridad de la mayor parte del Templo, estaba cuidadosamente decorada. Sheof presidía la mesa en uno de los extremos, justo en frente suya, estaba su “profesora”, portando su expresión neutra que no había abandonado desde aquel fatídico día en el que le preguntó sobre sus compañeros.
Cuando la “profesora” observó que Sheof estaba lo suficientemente centrada, comenzó a hablar. Sheof quiso taparse los oídos pero ni para eso le llegó la fuerza de voluntad.
“Desde que se tiene constancia de la magia, los magos superiores han existido. Ataviados con largas túnicas que muchas veces cubren su rostro, son una entidad mucho más poderosa que los magos normales. Solo hay uno en existencia, y cuando muere, utiliza el resto de su poder para llevar a cabo una pseudo-reencarnación, creando otro ser de su misma raza.”
“La práctica totalidad de los magos superiores fueron personalidades importantes e influyentes de su tiempo. Algunos fueron reyes benévolos, otros, reyes malignos, alguno hubo que se dedicó a la medicina, muchos se dedicaron a ser ermitaños e incluso hubo uno que consagró su existencia a la cría de especies nuevas. Sin embargo, todos ellos poseían una cualidad común, cultivaron y atesoraron en vida un poder enorme así como todos ganaron algún nuevo conocimiento aplicado a la magia que sus antecesores no descubrieron. Se dice que los conocimientos nuevos que obtenían los legaban a sus sucesores en el Templo, estructura que se cuenta que creó el primer mago superior, al que se conoce como Sin rostro.”
“Al no tener tiempo físico para aprender todos los conocimientos aquí guardados, cada mago superior escogía una especialidad y se alimentaba del saber de los que vinieron antes de él. Llegada la hora en la que el mago muriera, aunque fuera asesinado, todos guardaban suficiente energía para crear a su sucesor, al poner en práctica la “magia de la vida”, disciplina de la magia exclusiva de los magos superiores.”
“Así, llegamos a ti, Sheof. No eres el primer mago superior que tiene un nivel inferior al resto, sin embargo, a pesar de que en talento no estás en la base de la pirámide, a ésta edad eres con diferencia la peor de la historia, la combinación de defectos que portas, y, sobre todo, tu personalidad apática lo han hecho así. Es más, no creo que seas capaz de producir suficiente energía en toda tu vida como para generar otro mago superior nuevo, así pues, la raza morirá contigo.”
No pronunció las palabras duramente, de hecho, no varió su neutro tono de voz ni tan siquiera ligeramente. Sin embargo, Sheof sintió una losa caer sobre sus hombros, y vaya losa.
Pasó dos días llorando, dos días durmiendo y otros dos que están fuera de su memoria. Cuando se decidió a hacer algo, fue a la biblioteca, alumbrada con una vela, pues tras la charla, la “profesora” le había dicho que el mantenimiento del Templo dependía de ella, pues la energía del anterior mago superior se había  acabado. Por tanto, Sheof producía una cantidad tan mísera de energía que ni la seguridad ni la iluminación funcionaban.
Tras algunos días alimentándose del conocimiento de sus ancestros, llegó a la conclusión de que podía redirigir su propia energía junto a la energía restante en el templo para llevar a cabo la magia de la vida. Sin embargo, podía ser a cambio de su propia vida, e incluso a costa de la destrucción del Templo, cuyos cimientos no podrían soportar tamaña estructura y se vendrían abajo.
Sheof pasó días enteros dudando. Desde que el Templo se nutría de ella, se sentía muy cansada, su hermoso pelo color arena se le empezó a caer en algunas partes, dejando una melena desigual, aún así, apenas se dio cuenta de la pérdida del pelo del que antaño tan orgullosa estaba. Altas figuras encapuchadas protagonizaban sus sueños en su totalidad ahora. Supuso que serían algunos de los magos superiores. La losa de su responsabilidad tenía un sentido más real de lo que podía parecer, quizás fueras debido a su falta de cordura, pero Sheof sentía que los magos superiores poseyeron un poder tan enorme, que aún mucho tiempo atrás muertos, ejercían influencia sobre ella.
Sheof no quería morir, pero a medida que pasaban los días, vivir se le antojaba más un castigo que un bien que preservar.
Se despertó tosiendo violentamente, miró a su alrededor, negrura, pensó que tenía los ojos cerrados, pero no era así, lo que bloqueaba su visión era humo, procedente de un fuego que no tardó en percibir. Sheof salió corriendo, tropezó y cayó de boca, saboreando su propia sangre. Bajó los escalones de tres en tres, huyendo del humo y las flamas, el sudor perlaba su cuerpo al completo cuando alcanzó el salón, por donde se salía al patio interior, donde supuso que estaría a salvo.
Nada más llegar al salón, una gran viga de madera cayó en medio de él. Las astillas volaron y un gran trozo se clavó en su pierna derecha, y le hizo retorcerse de dolor y caer de rodillas a un suelo que le abrasó las mismas. Lentamente, se levantó y miró al frente, horrorizada, vio una figura acercarse entre la polvareda levantada por la viga de madera.
Un esqueleto salió de entre el humo, las llamas se reflejaban en la blancura de su cráneo, como si el esqueleto en sí mismo fuera un enviado del infierno, sus cuencas eran negras como el carbón y  su ojo derecho tenía una terrible cicatriz que bajaba desde la mitad de la frente hasta el meridiano de sus pómulos. Portaba una espada ensangrentada, una armadura de media clase y una pequeña mochila. La invocación percibió la presencia de Sheof, y la apuntó con la espada, desafiándola.
Sin embargo, el esqueleto no se movió. Tampoco Sheof lo hizo. A pesar del sofocante calor, el tiempo se congeló un instante. Sheof logró calmarse lo suficiente como para lanzar un hechizo de rápido y partirle la pierna, tras esto, el esqueleto perdió el equilibrio y cayó al suelo, una vez allí, fue acribillado por Sheof, siendo reducido a una pila de huesos rotos. Sheof, aún muy asustada, cojeó hacia la salida.
Se dejó caer en la fría nieve y así logró visualizar el lugar donde se encontraba el Templo. La cumbre de los grandes picos nevados era una visión que quitaba el aliento. Sin embargo, Sheof no se puedo dar el lujo de admirarla, trató de recordar si había destruido la calavera del esqueleto, pues sabía que era la única manera de matarlos, ella creía que sí, pero de igual forma se volvió hacia la entrada y se preparó para atacar. Pero no se preparó para la visión del esqueleto caminando impasible a través del humo, haciendo crujir la nieve al paso de sus botas a medio calcinar, caminaba con un ligero bamboleo, meciendo suavemente la espada que portaba. A Sheof se le antojó un enviado de la muerte misma. El esqueleto comenzó a avanzar, inexorable. Sheof cayó hacia a atrás, derribada por el miedo. Pero se rehízo lo suficiente como para apuntar con una mano temblorosa hacia el cráneo de su enemigo, respiró hondo y atacó.
El hechizo dio en el blanco, perforando el cráneo del esqueleto y convirtiéndolo una vez más en una pila de huesos, solo que esta vez, solo uno estaba dañado.
Sheof se llevó la mano al pecho para sentir como su corazón estaba desbocado. El esqueleto no había resultado ser tan terrible como adversario, pero Sheof sabía que su imagen, su errático caminar y su horrible cicatriz la acosarían en sus pensamientos. Sus suposiciones se confirmaron rápidamente, pues el esqueleto comenzó a levantarse una vez más.
Sheof vio como el cráneo del esqueleto se recomponía, lentamente pero de manera constante. Antes de que Sheof pudiera siquiera asimilar su miedo, el esqueleto se encontraba otra vez listo para pelear. Su expresión inerte y neutra seguía inmutable, pero a Sheof le pareció que sonreía.
Sheof volvió a disparar, muchos de sus disparos fallaron, pero los que sí impactaban tenían efecto nulo, el esqueleto se iba rearmando cada vez que era herido y Sheof estaba cada vez más cansada, estaba al filo del desmayo cuando una viga de madera cayó desde la parte más alta del templo, el fuego había alcanzado la cúspide del edificio.
El estruendo del impacto fue tremendo, pero la sucesión de acontecimientos a la que dio lugar fue aún mucho mayor.
Al estar en un pico nevado, el terrible impacto provocó una avalancha.
Antes de que Sheof recuperara la conciencia, el esqueleto se levantó de entre la nieve, al tanto del peligro que acababa de sortear, él sabía perfectamente que, por muy inmune que fuera al daño físico, si quedaba atrapado bajo un manto de nieve, encontraría su final allí. Sopesó sus opciones, decidió marcharse, el riesgo era alto y la recompensa casi inexistente.
Sheof, terriblemente dolorida, pero milagrosamente viva, resurgió del manto helado que había formado la avalancha. Instantáneamente, miró hacia el Templo, solo para ver cómo era consumido por las llamas. Las lágrimas de Sheof cayeron por sus mejillas, y bombardearon la nieve a sus pies, ella sabía que lo había perdido todo, aún cuando no tenía tanto por perder. Dejó de llorar y propinó un puñetazo a la nieve y quedó de rodillas, con la frente apoyada en el suelo, con los dientes apretados, doblegada por la losa que los magos superiores mantenían sobre ella, más aún, el peso se había intensificado, casi podía sentirlos detrás, su mirada clavada en la nuca. Cerró los ojos, pero sólo pudo ver al esqueleto que había arruinado su vida, el terrible e imparable esqueleto de la cicatriz en el ojo.
En estos momentos, los héroes sacan una voluntad inquebrantable, y se convierten en lo que son, haciéndose fuertes frente a las dificultades.
Pero Sheof no era ninguna heroína, era una persona débil, y lo que creció dentro de ella no fue valor o heroísmo, sino algo mucho más oscuro.                                                                                                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario