miércoles, 31 de mayo de 2017

SKAAR

Por supuesto que estaba nervioso. Las veces que habían tratado de calmarle, habían sido en vano. Las noches que había pasado en vela pensando en los beneficios que podía obtener de aquella “aventura” ahora, con el aliento de la muerte  en la nuca, parecían lejanas ensoñaciones. Desde luego, él no estaba hecho para ser un “aventurero”, oh, como les gustaba a los líderes usar esa palabra… como si pretendieran enmascarar que ese título solo lo obtenían unos pocos, los que volvían con vida. Se encontraba mezclado con los demás soldados rasos, frente a las escaleras que marcaban la entrada al nido. A decir verdad, nunca había entendido el nombre, no eran más que pasadizos llenos de abominaciones, pero no a tal nivel para llamarlo nido.

A su lado se alzaba, imponente como una montaña, el mejor luchador de su generación, Mhurt. Se le notaba ansioso, como si quisiera entrar allí él solo… esa idea por sí sola le estremecía. No es que no se supiera defender, en términos combativos era superior a la media, pero su corazón cobarde y su inexistente tolerancia al dolor siempre le habían mantenido en segundo plano, él mostraba que le molestaba, pero en realidad, se alegraba de que fuese así.

El general estaba dando un discurso, otro de tantos para él, pero que muy probablemente sería el último para los soldados a los que iba dirigido. Sus palabras estaban vacías, se notaba a la legua que él tampoco  sabía en realidad el motivo de estas incursiones. Bueno, un rumor circulaba por ahí. Se decía que un oráculo había profetizado extraños eventos en este laberinto, pero… no podían haber acabado tantas vidas en la tumba por una simple predicción… ¿verdad?

Antes de que pudiera estar lo suficientemente preparado, se dio la señal de marcha, al principio se irrumpió a correr con entusiasmo, pero enseguida redujimos el paso y nos separamos en pelotones. A mí me tocó con Mhurt, así que estaba más tranquilo, al igual que los pasillos por los que nos movíamos. Me pregunté cómo podían estar las antorchas encendidas, pues no oí que nadie se ocupara de ellas, de hecho, cuando el Nido fue abierto, ya estaban alumbrando los corredores.

Pasó el tiempo, aunque nunca supe decir cuánto. Conforme nos adentramos en el laberinto los ruidillos aumentaron, los crujidos nos perseguían y los gritos ahogados también. No había forma de saber que había pasado con los demás. Pero… ¿cuál era nuestro objetivo? Jamás se nos dieron instrucciones más específicas que “seguid adelante”. ¿Acaso era una misión suicida? ¿Por qué el jefe del clan había aceptado esto? Sus pensamientos se acabaron de golpe, cortados de raíz por un grito desgarrador proveniente de la parte trasera del pelotón de unos veinte guerreros. Inmediatamente cerraron filas, dejando al herido en el centro, luciendo una sanguinolenta herida en su pierna. La ansiedad general aumentó. Debía ser a causa de eso por lo que estaba viendo la pared moverse como si esta fueese líquida. Sí, eso debía ser, pues ahora veía un bulto claro en una pared próxima a él. De repente, del bulto salió una masa gris en la que divisaban una boca circular llena de dientes, no, de armas, un animal, un monstruo. La criatura se abalanzó sobre su guerrero colindante, cayendo ambos al suelo en una amasijo de carne gris armadura y sangre. El hombre logró hundir su espada en la carne de su atacante y, tras un breve forcejeo, la criatura murió.

Todo ocurrió tan rápido que ninguno de los otros combatientes tuvo tiempo de ayudar al atacado, una vez el animal estuvo muerto, se le acercaron. Tenía una cantidad alarmante de heridas, moriría desangrado inevitablemente. Pero, antes de que pudieran pensar, más bultos se les aproximaron, y más criaturas salieron de las paredes. Parecían poder desplazarse por el muro como si de agua se tratase. No obstante Mhurt reaccionó rápido, ordenando levantar los escudos y cerrar filas, al tiempo que desgarraba uno de esos monstruos con su espadón.

La batalla terminó, y, a base de esconderse y apoyarse en Mhurt había salido ileso, no como su protector, que lucía algunas heridas de batalla con una sonrisa, como si fueran un trofeo. Tras hacer el recuento, tan solo cinco bestias habían mermado el pelotón. Causando siete bajas y un par de soldados mutilados e inservibles.

Por supuesto, continuaron, de todas formas, ninguno sabía cómo volver y, aunque todos (con la posible excepción de Mhort) querían salir desesperadamente, nadie se atrevió a hablar. Supongo que es cierto eso de que quien no se obedece a sí mismo, debe ser comandado.

Jamás había escuchado un sonido tan potente, no fue un grito de guerra, sino más bien un aullido de muerte. Lo único que tuvo claro en ese momento, fue que no quería morir. Parece que Mhurt no estaba  de acuerdo, pues lució una sonrisa de lobo y ordenó cerrar filas una vez más. Sabíamos que algo se acercaba. Treinta segundos pasaron, pero transcurrieron tan lentos, que tuve tiempo de notar cada pequeño cambio. A cada segundo, la sonrisa de Mhurt le hacía parecer más loco, el sudor perlaba más la frente de mis compañeros, la sangre manchaba más el suelo, proveniente de las vendas manchadas de algunos heridos, y  mi cabeza se nublaba más y más.

Entonces, una mole dobló la esquina que estábamos encarando, se trataba de un No-muerto, seres débiles, limitados a poseer la mitad de la fuerza que tuvo el cadáver que habitan. Pero, aquello no era como un No-muerto normal, su envergadura hablaba por sí sola, la coronilla del enorme Mhort llegaba a duras penas la parte media del pecho de nuestra amenaza, y sus brazos, gruesos como troncos de roble, se mecían pausadamente. De su boca se escapaba un humillo verde, que subía y se difuminaba a la altura de su pelo hecho un revoltijo. Pero, ¿que era esa criatura? Los No-muertos nacían de  encantamientos a cadáveres de grandes guerreros, pero, ¿que había sido esa criatura? No poseía cuernos, y contaba solo con cuatro extremidades, repartidas de forma inusual en criaturas de esa envergadura. Una gran cicatriz cruzaba su pecho. Además, su rostro también era extraño…
Todas esas preguntas se agolparon en su cabeza por poco tiempo y fueron sustituidos por miedo a medida que la mole se les acercaba, tan ancho como dos de sus guerreros, abarcaba más de la mitad del corredor con los brazos en cruz. El oído le pitó cuando Mhurt lanzó un grito de guerra y se lanzó enloquecido y sediento de sangre contra el No-muerto, en solitario.

Gracias su portento físico, alcanzó a su enemigo en un parpadeo, descargó un corte oblicuo en el brazo del No-muerto, haciendo una gran incisión en el brazo de la mole, al tiempo que salía el mismo humillo de esta herida. A la criatura no pareció importarle, y enseguida movió su brazo en dirección a Mhort con inusitada velocidad para su tamaño, pero el guerrero no estaba desprevenido y rodó escapándose de su alcance y posicionándose tras él. Por consiguiente, el golpe de la bestia impactó en el muro, levantando una polvareda comparable a las toses que esta misma levantó. Cuando la visión fue posible de nuevo, vieron el potente salto de Mhurt y su golpe, impregnado de toda su fuerza.

Su espada se clavó profundamente en el hombro del No-muerto. Pero su enemigo se limitó a ladear la cabeza, mirando a su agresor, al tiempo que Mhurt forcejeaba para sacar el arma de la carne del monstruo. Ya que el guerrero no tuvo éxito, la bestia alargó una mano y atrapó una brazo del, ahora desarmado. Acto seguido, separó la extremidad del cuerpo de Mhort como quien separa una ramita de un árbol. Todo el brillo en los ojos de su compañero se perdió al tiempo que su brazo caía al suelo.

Ni tan siquiera gritó, pues la mole puso final a su miseria, separando su tronco en dos, bañando los alrededores de líquido escarlata. Los que si gritaron fueron el resto de guerreros, al ver como el mejor guerrero con el que contaban no había hecho absolutamente nada. Los valientes combatientes huyeron despavoridos, desprovistos de todo buen juico, tanto fue así, que algunos se aproximaron a la criatura, fue el último error que cometieron. Otros, se dirigieron a callejones sin salida, el monstruo les dio fin a ellos después, un par más perecieron por las babosas que nadaban en la piedra, que acechaban para comer los restos, pues el No-muerto no parecía estar interesado en nada.
Corría y corría, o eso me pareció, pues las piernas me temblaban tanto que amenazaban con fallar y convertirse en cachos de carne inútiles. Sabía que había entrado en callejón sin salida, también sabía que la mole acechaba a mi espalda, es una pena que era lo único que sabía en aquel momento. Se dejó caer junto a una puerta que daba a otra habitación, pero había estado ya en esa habitación, no llevaba a ninguna parte. Sabía que era su hora mucho antes de que la mole de carne llegara a su lado. No lucía ´ herida alguna, parecían haber cicatrizado, “¿tan insignificantes somos?” Se preguntó, con la última brizna de racionalidad que le quedaba. Miró hacia la cara de su asesino, por algún motivo, el semblante indiferente y  curioso que había mantenido se había esfumado, y había dado paso a una intensa rabia. Lentamente, comenzó a levantar su gigantesca mano, convertida en el arma que es un puño, con todos los músculos de su brazo extremadamente tensos. Se alegró al pensar la enorme fuerza que estaba por ser liberada sobre su cabeza, al menos moriría sin dolor, en un instante, rápido…

Ni él mismo supo por qué, pero rodó en el último momento para meterse a la instancia cerrada. Debió de ser el instinto más primario de los seres vivos, el deber de permanecer con vida. De todas formas, sabía que, una vez dentro de esta estancia, sus posibilidades de sobrevivir eran nulas.

Sin embargo, el golpe del No-muerto había acabado en el muro.  
Jamás habría pensado que el monstruo tuviera tanta fuerza. El golpe destrozó la pared y los cimientos, y, durante un momento, tan solo vio polvo y escuchó piedras cayendo. Cuando sus sentidos recuperaron la normalidad, vio como los escombros habían taponado la entrada a la estancia donde se encontraba, dejando a su enemigo fuera y al dentro, atrapado. La mole emitió un gruñido, y oyó como se alejaba. Pensó que el No-muerto sabía que iba a morir, pero estaba convencido de que no podía ser tan inteligente.
Antes de maravillarse por su buena y horrible suerte, pensó en que no tenía nada para comer ni beber. Se recostó contra una pared y se puso a pensar. Barajó la idea del suicidio, pero no tenía valor suficiente para ponerla en práctica. La escapatoria era imposible, de eso estaba seguro. Entonces las babosas de pared llegaron. Solo eran dos, pero le dieron muchos problemas. Como ya las había visto, no tuvo tantos problemas con ellas.
Las horas pasaban y ya había cuatro cadáveres en la habitación. Una de ellas le había mordido la pierna, y él se había retorcido sin poder evitarlo. Cada vez estaba más cansado, de verdad necesitaba comer algo o perecería de agotamiento. Viéndose en esta situación, decidió tomar medidas extremas y comer carne de las babosas que había estado matando.
Fue la peor decisión de su vida, pero ¿Qué otra opción tenía? La carne de esas criaturas debía ser venenosa, pues al poco de probarla se empezó a marear, y enseguida cayó contra una pared, gimiendo de sufrimiento. Aunque se le nubló la vista, pudo sentir más babosas acercándose, pero el hecho de que no lo devoraran fue otra prueba más de que se encontraba contaminado.

El dolor era insoportable, tanto, que no era capaz de agarrar la espada para clavársela a él mismo, le faltaba vigor. Por ello, tuvo que quedarse quieto gimiendo y retorciéndose a esperar lentamente la muerte. Intentó refugiarse en sus pensamientos, pero solo encontró odio. Odio al general, por haberle dado falsas esperanzas, odio a su jefe, por haberle mandado a una misión suicida, odio a Mhurt, por no haber masacrado a su asesino, odio al él mismo, por haber sido tan corto de miras…
Y así, todo se volvió negro.

Lo primero que le llegó fue un sonido, unas palabras en un idioma que no comprendía, después empezó a sentir el suelo en que estaba tirado, por último, comenzó a ver una imagen de una sala de piedra, que carecía de puerta ya que esa función la llevaba a cabo un boquete en la pared misma. Miró a su alrededor, una espada sencilla y unos esqueletos de unas criaturas que no conocía, cogió la espada, se sentía bien en sus manos, manos que eran palmas de un esqueleto. Se miró todo el cuerpo, tan solo era huesos, cubiertos en algunas partes por una armadura, bastante herrumbrosa, por cierto. Sin embargo, su condición no le sorprendió. No sabía quién era, de hecho, no sabía nada.
Apenas tenía percepción del tiempo, se pasaba el tiempo vagando en los pasillos, matando a estocadas todo lo que veía, en su mente sólo tenía la información de las bestias que iba matando y el cómo matarlas. En esta situación, cualquiera se había preguntado por qué era un esqueleto, y como podía moverse, pensar, ver y oír, pero no, él no se lo preguntaba, aquella idea ni  tan siquiera había cruzado su mente, por lo que no sabía si le importaba mínimamente o no.

Era feliz, pero se aburría pues ya había logrado vencer todas las bestias que poblaban el laberinto a excepción de una mole que vagaba de acá para allá, un enemigo colosal, al que nunca pudo hacer ningún daño. Todos los días iba a desafiarlo, pero al no poder hablar, se limitaba a apuntarle con su espada y lanzarse a la acción. Probó varios caminos, pero siempre pasaba lo mismo, le hería un poco con la espada, hasta que la montaña decidía que había tenido suficiente y le apartaba con un simpe ademán, mandándolo a volar, y estrellándolo contra una pared, rompiendo la mayor parte de sus huesos, cuando volvía al día siguiente, las heridas que le había causado a su rival habían desaparecido.

Gracias a estas derrotas, comprendió que su cuerpo se rearmaba una vez era destruido, pero a raíz de un golpe que se llevó en el cráneo, que provocó una brecha que no cicatrizó, aprendió que su cráneo era débil y que debía protegerlo, así que buscó un casco.
Un día, sin previo aviso, una criatura se presentó en el calabozo, era diferente a todo lo que había visto hasta ese entonces, tenía más o menos su misma altura, caminaba a dos patas y tenía dos extremidades superiores, llevaba ropas de color marrón y un sombrero de este mismo color, le miraba con ojos desafiantes y portaba una espada  que emanaba un fulgor que no supo explicar. De cualquier forma, era una presa nueva que descuartizar, así que dejó que la sed de sangre le invadiera, por mucho que él sangre ya no tuviera.

El guerrero enemigo luchaba excepcionalmente bien, la batalla fue muy intensa, chispas saltaban al entrechocar sus espadas, sus fuerzas estaban muy igualadas, pero su equipamiento no, al cabo de un rato la espada del intruso en el laberinto rompió la sencilla hoja que empleaba el esqueleto y, al quedarse desarmado, su enemigo le asestó un corte oblicuo, dejándolo hecho una montaña de huesos, acto seguido, se fue.

Podría ser un guerrero excepcional, pero no tiene experiencia peleando conmigo, pensó el esqueleto después de rearmarse, lo cual le llevó bastante rato, pues había mucho que recomponer ya que el golpe había sido devastador. Una vez recompuesto, sin pararse a pensar, echó a correr sin tan siquiera armarse, pues oía ruidos no muy lejos de su posición.
Llegó a la fuente de esos ruidos, la sala donde la mole solía estar, y, para su sorpresa, la mole estaba allí, así como su adversario anterior, acompañado de un pequeño ser de color azul que se movía mucho y producía destellos de luz. Estos dos seres estaban enzarzados en un combate contra el gigantesco monstruo, que, inexplicablemente, estaba perdiendo. Sin meditar la mejor opción, se lanzó corriendo desarmado contra el guerrero que le había derrotado, embistiéndolo cuando estaba desprevenido, mandándolo a volar y obligándole a soltar su extraña espada. Se quedaron forcejeando en el suelo, propinándose puñetazos el uno el otro, el esqueleto recibió uno en la mandíbula que le hizo sentir verdadero dolor, le gustaba el dolor, era una parte esencial de las peleas. Sin embargo, la pelea no acabó como se esperaba, el intruso consiguió apartar al esqueleto durante un instante, tiempo suficiente, para llevarse la mano al cinturón y sacar de él un corto puñal negro como la noche y, con un movimiento fluido incrustó el arma en el cráneo de su rival, dejando un profundo y ancho corte sobre la cuenca derecha.

Su cuerpo se descompuso en un instante, y aunque supo que este debía ser su final, se esforzó para alcanzar a percibir la última imagen de la espalda de su asesino, corriendo junto a su compañero, que estaba siendo apaleado por el No-muerto.
Buscó en su interior, pero solo encontró odio y sed de sangre.
Y así, todo se volvió negro. 

              

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